La fotografía desplazó pronto a métodos semimecánicos como el retrato grabado al fisionotrazo (que no obstante puede considerarse su precursor ideológico) y también a técnicas artísticas como la miniatura pictórica. Inventada por Joseph Nicéphore Niépce en la tercera década del siglo XIX, no fue hasta las sustanciales modificaciones introducidas en los años treinta por otro francés, Louis Jacques Mandé Daguerre, que se dispuso de un procedimiento práctico (el daguerrotipo) para reproducir la realidad gracias a la acción de la luz sobre una superficie fotosensible.
Un daguerrotipo es un positivo directo sobre placa de cobre bañada en plata y sensibilizada con vapores de yodo que requería al principio de un tiempo de exposición cercano a los sesenta minutos.
En los años cuarenta la daguerrotipia compartió protagonismo con el calotipo o talbotipo (llamado así por el nombre de su inventor, el inglés William Henry Fox Talbot), un método que produce un negativo en papel sensibilizado con nitrato de plata y ácido gálico a partir del cual se obtienen positivos sobre papel: este carácter de imagen multiplicable lo convierte en el primer proceso fotográfico moderno.
En las decadas de 1850 y 1860 aparecieron, preparados al colodión húmedo, los ambrotipos sobre soporte de cristal, los ferrotipos sobre lámina de hojalata y los panotipos sobre tela, hule y otros tejidos, así como los positivos a la albúmina derivados de los negativos en placa de cristal.
La placa seca de gelatina-bromuro (placa de cristal cubierta de una solución de bromuro, agua y gelatina) abrió el camino a la fotografía instantánea. Fue creada en los años setenta y su empleo se generalizó en los ochenta cuando comenzó la fabricación industrial de papeles para positivar también al gelatino-bromuro. De hecho, éste ha sido el proceso hegemónico hasta nuestros días. El Museo cuenta con piezas originales que ilustran la mayoría de los procedimientos descritos.