No cabe duda de que el nuevo sistema de fijación de la realidad obtuvo una enorme aceptación y un clamoroso éxito entre toda la ciudadanía que, inmediatamente, dirigió su demanda hacia dos productos diferenciados, el retrato y el paisaje, pero con un trasfondo común, la aprehensión de lo inmediato, de sus señas de identidad. La fotografía fue haciendo posible, paulatinamente, la democratización de la imagen, hasta entonces exclusiva de las elites, de aquellos capaces de costear el trabajo de un artista del pincel. A finales del siglo XIX muchos podían tener ya, entre sus bienes más preciados y a un precio razonable, su propio retrato, el de sus seres más queridos, o la instantánea de su entorno físico: su casa, calle, parroquia o ciudad.
No es extrañar que en Guadalajara capital, entre 1900 y 1920, se instalaran permanentemente varios fotógrafos, entre los que debemos de mencionar, entre otros, a
Manuel ARIZA (desde 1897),
Francisco MARÍ (1906),
Ángel ARQUER (1912) o, a
Francisco GOÑI (1918), dedicado más a la fotografía de prensa que a la imagen de gabinete como el resto de sus colegas.
Pero el verdadero motor de la fotografía en Guadalajara será el Servicio Fotográfico. Este órgano ligado a la Aerostación Militar, además de atender a sus propios intereses castrenses, funcionó como verdadera escuela de fotógrafos, luego incorporados a la sociedad civil. Por ese Servicio pasaron profesionales tan prestigiosos y creativos como
José ORTIZ ECHAGÜE, Eduardo SUSANNA, o José REYES RUIZ, todos ellos integrantes de las corrientes pictorialistas.