La linterna mágica fue desde su concepción en el siglo XVII la reina del precine y aún consiguió sobrevivir varios años al nuevo espectáculo cinematográfico. El aparato servía para proyectar imágenes pintadas en placas de cristal y también, ya en la segunda mitad del siglo XIX, fotografías sobre el mismo soporte. La ilustración, que muestra dos linternas mágicas colocadas en paralelo para producir (en este caso por retroproyección) los llamativos efectos de fundido conocidos como «dissolving views» o «cuadros disolventes», va adjunta a una carta de 24 de mayo de 1898 con la que José G. Caballero se dirige desde Barcelona al Ayuntamiento de Guadalajara para ofrecerle la exhibición de su colección de vistas durante las tradicionales fiestas de octubre: «Contamos con más de 2.000 vistas a dos, tres y más efectos de luz, representando pasajes de día y de noche, retratos, escrituras, interior de museos, salidas de sol y luna, paso de trenes, naufragio de vapores, ruinas de edificios notables, erupción de volcanes, incendios, nevadas y cromotropos».